La siguiente pregunta fue hecha en un examen trimestral de
química en la Universidad de Toledo. La respuesta de uno de los estudiantes fue
tan “profunda” que el profesor quiso compartirla con sus colegas, vía Internet,
razón por la cual podemos todos disfrutar de ella.
Pregunta:
¿Es el Infierno exotérmico (desprende calor) o endotérmico
(lo absorbe)?
La mayoría de estudiantes escribieron sus comentarios sobre
la Ley de Boyle (el gas se enfría cuando se expande y se calienta cuando se
comprime).
Un estudiante, sin
embargo, escribió lo siguiente:
"En primer
lugar, necesitamos saber en qué medida la masa del Infierno varía con el
tiempo. Para ello hemos de saber a qué ritmo entran las almas en el Infierno y
a qué ritmo salen..
Tengo sin embargo entendido que, una vez dentro del
Infierno, las almas ya no salen de él. Por lo tanto, no se producen salidas. En cuanto a cuántas almas entran, veamos lo que dicen las diferentes religiones:
La mayoría de ellas declaran que si no perteneces a ellas, irás al Infierno. Dado que hay más de una religión que así se expresa y dado que la gente no pertenece a más de una, podemos concluir que todas las almas van al Infierno. Con las tasas de nacimientos y muertes existentes, podemos deducir que el número de almas en el Infierno crece de forma exponencial. Veamos ahora cómo varía el volumen del Infierno. Según la Ley de Boyle, para que la temperatura y la presión del Infierno se mantengan estables, el volumen debe expandirse en proporción a la entrada de almas.
Hay, por lo tanto, dos posibilidades:
Si aceptamos lo que me dijo Teresa en mi primer año de
carrera (hará frío en el Infierno antes de que me acueste contigo), y teniendo
en cuenta que me acosté con ella ayer noche, la posibilidad número 2 es la
verdadera. Doy por tanto como cierto que el Infierno es exotérmico y que ya
está congelado.
El corolario de esta teoría es que, dado que el Infierno ya
está congelado, ya no acepta más almas y está, por tanto, extinguido... dejando
al Cielo como única prueba de la existencia de un ser divino y amoroso, lo que
explica por qué, anoche, Teresa no paraba de gritar: ¡Oh Dios mío! "